Guerra psicológica en Venezuela
Venezuela está en guerra. Hace largo tiempo que lo está, pero en estos últimos meses todo indica que esa guerra entró en una fase nueva. Para quienes la provocan, pareciera que apuestan a que este sea el momento final de ese enfrentamiento. Es decir: una guerra que tiene que tener un desenlace; y como en toda guerra, uno de los bandos en pugna debe alzarse vencedor, pero para el caso –según lo que se desprende de los actuales acontecimientos– aplastando al derrotado, no negociando sino neutralizándolo totalmente, no dejando espacio para la reacción.
“Donde hay balas sobran las palabras”, pudo leerse alguna vez en una pinta callejera anónima cuando el inicio de una dictadura sangrienta, una más de tantas que poblaron la región latinoamericana. Cuando se pasa de las palabras, los símbolos, la búsqueda de consenso, al hecho concreto (las balas, la violencia descarnada, la intervención armada y sanguinaria), lo único que cuenta es la fuerza bruta. En Venezuela pareciera que se va hacia esto.
Ahora bien: llegar al uso de la fuerza bruta, al menos en términos de las dinámicas socio-políticas, no es algo sencillo, requiere de preparaciones. Las guerras no surgen por generación espontánea. Son posibles, sin dudas, (“la violencia es la partera de la humanidad”, dijo Marx) pero las poblaciones, o las fuerzas armadas, no hacen uso de la violencia solo por un presunto “espíritu agresivo” siempre listo a entrar en acción: es necesario un condicionamiento social-político-ideológico-cultural que prepare las condiciones. Solo porque sí (salvo un caso de trastorno mental: un psicótico o un psicópata por ejemplo) nadie mata a su vecino. La moral social, la culpa se impone. Los llamados “normales” (aquellos que estructuralmente somos neuróticos) nos regimos por normas de convivencia; las podemos transgredir circunstancialmente, pero en términos generales las respetamos. El respeto a la norma nos contiene.
¿Cómo es posible que alguien mate a otro ser humano? Hay que despersonalizar a esa víctima: hay que transformarla en un “enemigo”, una cosa sin valor, un “malo de la película”. Solo así alguien “normal” puede saltar una regla básica como es la prohibición del asesinato y permitirse ver al otro como “peligro”, un “enemigo” deshumanizado (sin nombre, sin historia, sin sentimientos), pudiéndole quitar la vida sin culpa. Cuando en la guerra se mata a otro, nadie se siente un asesino: en todo caso, en nombre de determinados ideales (defensa de la patria, causa justiciera, etc.), cualquiera, dadas las circunstancias, puede empuñar un arma y aniquilar a otro ser humano. Más aún: la guerra premia a quien más “enemigos” mata. Se es un héroe de la patria, se le condecora; de ahí que, terminada la guerra, es tan difícil hacer ese pasaje hacia un nuevo mundo de legalidad y respeto al otro donde, si se mata, se es un delincuente1.
Para que haya violencia física desatada, organizada, planificada sistemáticamente (para que haya balas, en otros términos), es necesario preparar las condiciones que permitan no ver al otro como un ser humano sino como un “enemigo”, un peligro, un posible atentado contra mi propia seguridad, una cosa maligna. Para lograr eso existen las llamadas operaciones psicológicas (guerra de cuarta generación, como se le ha dado en llamar recientemente). En otros términos: la Psicología, en tanto ciencia, a favor de un proyecto de dominación (lo que la transforma en mera tecnología ideologizada, en práctica vasalla al servicio del poder, quitándole su pretendida seriedad científica).
“Una masa perpetuamente balanceándose al borde de la inconsciencia, pronta a ceder a todas las sugestiones, poseyendo toda la violencia de sentimiento propia de los seres que no pueden apelar a la influencia de la razón, desprovista de toda facultad crítica, no puede ser más que excesivamente crédula”2, anunciaba a inicios del siglo XX el iniciador de la Psicología de las multitudes, el francés Gustave Le Bon. A partir de esos fenómenos, los años posteriores nos fueron confrontando con la aplicación práctica de esos principios. Así, el Ministro de Comunicaciones del régimen nazi, el alemán Joseph Goebbels, padre de la manipulación mediática moderna, pudo decir:“¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (…) Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea”3. En otros términos, su famosa frase que lo resume: “Miente, miente, miente, que algo queda”.
Esa suerte de “psicología”, si así puede llamársele, esa técnica de manipulación, esa herramienta diabólica al servicio de la dominación y la explotación, dio como resultado una “ingeniería humana” dedicada al control social de grandes mayorías. De esa cuenta, un ideólogo de la derecha conservadora estadounidense, el polaco-norteamericano Zbigniew Brzezinsky, lo dijo magníficamente: “En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón”4
Las guerras se preparan. En Venezuela, hoy día se está preparando una guerra; o más aún: ya está en curso una guerra, de momento mediático-psicológica, preparándose condiciones para –muy probablemente– una posterior intervención armada.
¿Por qué esta guerra? La misma no se puede entender solo por causas endógenas: debe verse en el marco de lo que significa ese país y el papel jugado globalmente por la principal potencia capitalista mundial: Estados Unidos. Lo que mueve todo esto es la afanosa, imperiosa necesidad de la gran potencia por el petróleo.
Las reservas de oro negro que tiene Venezuela aseguran un aprovisionamiento para la economía estadounidense para todo lo que resta del presente siglo, considerando aún el aumento geométrico de la demanda. Eso es vital para el funcionamiento de la primera economía capitalista (el petróleo mueve el mundo), y vital para las grandes multinacionales petroleras que lucran con ese negocio, estadounidenses principalmente, y también europeas. “Así como los gobiernos de los Estados Unidos [y otras potencias capitalistas] necesitan las empresas petroleras para garantizar el combustible necesario para su capacidad de guerra global, las compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo en todo el mundo y las rutas de transporte” (James Paul, Global Policy Forum).
Dicho más claramente aún: la guerra que se libra en Venezuela es la guerra de unos grandes pulpos comerciales que no quieren perder un hiper rentable negocio que les asegurará miles de millones de dólares por muchas décadas. Guerra que se articula, igualmente, con una derecha nacional que fue siempre la burocracia administradora y testaferra de esas compañías, y que ahora, con la Revolución Bolivariana en curso, se encuentra desplazada.
Ahora bien: no se puede invadir Venezuela de un día para otro. Hay que crear el clima para que el gobierno nacionalista/socialista actual (iniciado por Hugo Chávez, continuado por Nicolás Maduro) se aleje del poder. Hasta ahora, todas las maniobras desplegadas (por el gobierno de Estados Unidos, por la derecha vernácula, por el coro conservador que acompaña esas iniciativas a lo largo del mundo) fracasaron. Pero la guerra iniciada a principios de este año parece que está logrando otros resultados. Es más que probable que el Departamento de Estado, en Washington, ya tenga trazados todos los planes que seguirán, con sus distintas variantes. Todo indica que lo que se viene puede ser mortal para el proceso bolivariano. Van por la cabeza de Maduro, van por terminar de una buena vez con todo ese proceso, van por las inconmensurables reservas de la franja del Orinoco. Lo que comenzó es una brutal guerra psicológico-mediática. Steven Metz dice sin ambages en qué consiste la misma: “Generalmente busca generar un impacto psicológico de magnitud, tal como un shock o una confusión, que afecte la iniciativa, la libertad de acción o los deseos del oponente; requiere una evaluación previa de las vulnerabilidades del oponente y suele basarse en tácticas, armas o tecnologías innovadoras y no tradicionales”5. Hace meses que esto se viene haciendo en Venezuela.
Seguramente las actuales acciones están preparando la nueva fase: la necesidad de intervención de una fuerza militar internacional, probablemente de la OEA, quizá de la ONU, que intente “reinstalar la democracia perdida”. La avanzada mediática a que asistimos, que ya lleva meses, ha ido creando la matriz necesaria. La prensa, que ya no es el cuarto poder , que ya subió de categoría (pues es quien fija realmente la agenda político-cultural, las prioridades, la que moldea la bendita “opinión pública”), viene presentando la situación venezolana como un caos, un desastre generalizado donde se combinan escasez económica, crisis política y, más recientemente, virtual guerra civil, ya con alrededor de 50 muertos. “Venezuela se enfrenta ahora a la inestabilidad económica, social y política significativa debido a la rampante violencia, la delincuencia y la pobreza, la inflación galopante, la grave escasez de alimentos, medicinas y electricidad”, anunciaba el general John Kelly ante el Comité Senatorial de Servicios Armados del Congreso el 12 de marzo de 2015. Un año después, el Almirante Kurt Tidd, Jefe del Comando Sur, informaba en Washington que “Venezuela atraviesa un período de inestabilidad significativa el año en curso debido a la escasez generalizada de medicamentos y comida, una constante incertidumbre política y el empeoramiento de la situación económica”. ¿Guión ya establecido?
En el Documento “Plan para intervenir a Venezuela del Comando Sur de Estados Unidos: Operación Venezuela Freedom-2”, de inicios del 2016 –guión de la novela ya escrita– puede leerse como algunas de las acciones a seguir: “(…) c) Aislamiento internacional y descalificación como sistema democrático, ya que no respeta la autonomía y la separación de poderes. d) Generación de un clima propicio para la aplicación de la Carta Democrática de la OEA”.
La crisis de escasez está generada por la especulación y el mercado negro implementados por el mismo empresariado local; la crisis política es una artera maniobra de las fuerzas políticas de derecha, nucleadas en la Mesa de la Unidad Democrática –MUD–, financiadas y teledirigidas por la Casa Blanca; y la virtual situación de guerra civil es un escenario fabricado por bandas de matones a sueldo y francotiradores que aterrorizan a la población. La imagen que todo ello posibilita ir creando, interna e internacionalmente, es de desastre humanitario, de ríos de sangre, de situación de ingobernabilidad absoluta.
La situación no es ingobernable, pero esa guerra psicológica lleva a que lo sea. Las muertes de personas –entre ellos, un joven chavista linchado por hordas antichavistas–, la quema de unidades de transporte, los ataques a edificios gubernamentales, son reales, sin duda. Su magnificación, la forma en que se presentan, los artificios que logran las tomas televisivas que muestran “cientos y cientos de miles de personas hastiadas del régimen castro-comunista del dictador Maduro” han logrado disociar/esquizofrenizar la opinión pública global (la venezolana en principio, la planetaria luego), para pedir a gritos una “solución”.
La población, como siempre, queda en el medio, víctima de esa manipulación. Lo que decía Goebbels hace casi 100 años, o lo que la Psicología de las Multitudes ya entreveía en los albores del siglo XX (“las masas son increíblemente manipulables, las masas se mueven por sentimientos primitivos”) permite crear las condiciones para que las multinacionales roben una vez más un petróleo que no les pertenece (tal como hicieron y siguen haciendo en Medio Oriente o en el África).
¿Qué sigue ahora en la Revolución Bolivariana de Venezuela? Todos los indicios muestran que el plan de la Casa Blanca sigue los patrones de lo hecho ya en Irak o en Libia, donde se “inventaron” guerras civiles que permitieron derrocar a los “dictadores” correspondientes: Saddam Hussein y Mohamed Khadafi. La guerra psicológica prepara el escenario para, luego, derrocar al gobernante de turno utilizando la fuerza bruta (“donde hay balas sobran las palabras”). Los fantasmas de la Guerra Fría se siguen agitando igual que hace 60 años, y lamentablemente, la población sigue “comprando esos espejitos de colores”.
Como campo popular, oponer otra guerra psicológica de igual cuño es imposible (y éticamente despreciable). La prensa veraz –que por supuesto existe– no puede ante esa prensa comercial mundial que “miente, miente, miente” porque sabe que “una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad”. Quizá, como decía aquella pinta de ese país latinoamericano, se acabó el tiempo de las palabras y es hora de las acciones. ¡Organización popular! ¡Fuerzas armadas fieles a la revolución y población preparada para hacer frente a lo que venga! Tal vez no hay otra alternativa. Si no, el precio a pagar puede ser muy alto.
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